Mi compañera, la que me había salvado, se fue con la niña, Zania. Salieron por la tercera puerta de la casa, la que aún no había usado yo. Momentos después decidí salir, al igual que ellas, por esa puerta la cual me llevaría a un lugar inexplorado. Al salir de la casa, por ese acceso, me di cuenta que me encontraba en un túnel. Este tunel tenía más puertas a lo largo. Me di cuenta que aquello era un tipo de hotel, sí, uno, cuyo tunel, conducía hacia la calle, y que las puertas eran las salidas traseras de los cuartos, por donde entraba el personal de mantenimiento y demás, y por donde podían salir, si querían, los huéspedes. Ese tunel estaba bajo una colina. Era un hotel, sí, aunque debo decir que el cuarto, del señor que me había recibido antes, se veía más como una casa, más hogareño. Esto me hizo pensar en que, tal vez, el señor era el dueño del hotel o que había pagado para vivir ahí.
Seguí caminando por el tunel. Llegué hasta la salida trasera del hotel, y asomé mi cabeza hacia la calle. Me veía yo sobre una acera. Enfrente de mí, cruzando la calle, estaba un centro comercial. Me recordó a un centro comercial que está cerca de mi casa, pero parecía que aquello era una parte nueva de este, o una parte remodelada, en donde aún seguían los trabajos. Pude ver un supermercado, uno muy conocido. Esto es raro, pues en la vida real está el centro comercial, este mismo supermercado y, cruzando la calle, está un hotel. Prosigo. Afuera del hotel encontré a mi amiga y a la niña. Todos vimos que una mujer había entrado al tunel.
Mi amiga se asustó mucho. Me dijo: "No puede ser, es ella. Va hacia la casa y puede que le haga algo". A lo que yo le respondí: "Ella trabaja aquí, ¿no?". Ella me había dejado en claro que no trabajaba en el hotel. Confirmado esto, decidí lanzarme a la aventura. Comencé la marcha y me dirigí hacia ella. Rápidamente fui por el tunel hacia aquel cuarto de donde había salido yo. Entré, y me di cuenta que todo estaba en llamas. Avancé unos dos pasos más; apareció ante mí una mujer que se me abalanzó. Creo que era la misma de la cual me habían salvado antes, no recuerdo bien esto. Ella quería matarme. No había nadie cerca para ayudarme. Esta mujer tenía un tenedor en la mano con el cual quería matarme. Yo gritaba por auxilio, pero nadie respondía al llamado.
La mujer casi me mataba. La sostuve, del brazo que tenía el tenedor, con mucha fuerza. Ella estaba sentada sobre mí. Con la otra mano abrí la puerta, que no sé en qué momento se cerró. Saqué una pierna por ahí, para evitar que esta se cerrara de nuevo, aparte de que quería que alguien me viera desde afuera y para que mis gritos fueran más efectivos. Nadie pasaba cerca del lugar. Estaba demasiado desesperado. Finalmente apareció el señor, el que habitaba la casa esa, sí, el mismo con quien había platicado antes. El me decía: "Espérate, no pasa nada"; lo hacía con un tipo de tono burlón. Yo me enojé, y dije en mis adentros: "Sácame ya, hijo de puta". Pasaron unos instantes, yo ya no estaba en el peligro. La casa ya no estaba en llamas. Todo se veía justo como antes del incendio. Por fin me había aliviado por no estar en el peligro anterior.
El final fue raro. El hombre me invitó a comer algo así como huevos estrellados. Encima les puse rebanadas de queso amarillo, y estas rebanadas estaban condimentadas, algo así como un agregado picante, o un buen condimento. Yo les había puesto dos rebanadas a los huevos. Comí, y todo ello me supo muy bien. Este hombre me había compensado por el mal rato que pasé con la mujer que quería matarme con el tenedor. Él me había salvado, aunque no sé exactamente cómo.