jueves, 31 de octubre de 2013

El espíritu de lo increado - Ideas extrañas

Vania Eris seguía cavilando sobre aquella extraña situación. Se preguntaba el porqué de eso. Debía haber estado ya, ella, haciendo otras cosas, sin embargo, se dedicaba en ese asunto que, sin duda alguna, no habría de terminar en un rato. Ahí ella, con la mirada perdida en ese cuarto gris, que siempre tenía ese lugar un aroma a papel reciclado. Tenía un montón de tareas que, a regañadientes, debía de hacer. Nadie se explica cómo es que ella terminó en un trabajo así. Eso no era lo importante ahora; las ideas en su cabeza eran prioritarias.

Ella, una persona realmente distraída, su aspecto lo decía. Ella era una persona alta, de tez blanca y con esos cabellos rizados y rojizos que siempre recogía. Sus ojos eran pequeños, y daban esa sensación como de despreocupación, de calma. Era una mirada que, en ocasiones, era confundida con haraganería y cinismo. Pero ella no era así, o al menos esta vez era excepción en cuanto a eso. Sabía que, si no hacía su trabajo, su jefe habría de importunarla por el resto del día. Para su desgracia él apareció.

—¿Te diviertes? —preguntaba un tanto desconcertado su jefe.
—Disculpa, bueno, no seas así, ya termino —decía mientras reía sardónicamente—. Sólo necesito un rato más, eso es todo.
—A mí me parece que no has hecho nada. ¿Sabes cuán importante es ese reporte? —exclamaba con cierta acritud.
—Sí, lo siento. —Se paró hacia donde había un montón de papeles—. Has de saber que me has ya encargado demasiado trabajo.
—Vaya, hurgarse en la nariz no parece que sea algo que te haya pedido.
—¿Qué? Espera, ¿acaso estás diciendo que no hago nada? —Comenzaba ella a irritarse—. Ya, vale, tendré esto hecho, vete.

Su jefe ya se había ido con cierta satisfacción por haberla molestado, pero no las ideas que seguían acosándola. Sin embargo, tomó el valor suficiente para ponerse a trabajar. Ya estaba empezando a hacer ese reporte, aunque de mala gana. Hacía todo mientras se preguntaba: "¿Por qué? ¿Cómo fue siquiera que le respondí al jefe así y no me dijo nada? Le falté al respeto, sí, hablándole como a un igual. Suerte tengo de que mis teorías hayan sido ciertas, y de que la práctica haya sido exitosa". Esas ideas que habían estado en su cabeza no habían sido más que su tesis sobre lo que ya había experimentado alguna vez.

Era seguro que podría hacer tanto con eso. ¿Pero cómo fue que descubrió eso? Ciertamente no fue por casualidad o azar. ¿Había podido manipular a alguien ya dos veces? Increíble, pero real. ¿Por qué ella? ¿Y por qué no? Simplemente ella, mujer que odiaba su trabajo, muy inteligente a pesar de su aspecto aletargado, ella era quien podía hacerlo.

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Aurora

Su cuerpo parecía estar ya inerte. Su rostro, apenas manchado por unas cuantas lágrimas, reflejaba su amargo rictus. Sus párpados ocultaban una mirada con dolor impregnado. Sus labios, rojos y agrietados, apenas tocándose, dejaban ver que sus palabras habían cesado repentinamente. Eran sus oraciones que dejaron de escucharse mientras, dentro de ella, los latidos de su corazón cesaban.

Ya no trepidaría. Sus manos caían poco a poco, resbalándose estas de sus costados, a la vez que un pequeño espejo era soltado. Su cuerpo yacía en una cama, con unas cuantas sábanas que, en lugar de protegerla, parecían más bien adornarla. El crepitar de la madera de la chimenea era el único sonido audible. El tiempo se había detenido, al menos para ella, en ese espacio limitado por muros gélidos que empezaban a ser abrazados por el incipiente fuego. La luz de las llamas se proyectaba en la habitación, cayendo como un suave suspiro que le daba vida a las cosas, excepto a ella, que permanecía oculta tras cortinas que servían más como máscara que como un velo, sirviendo esta para ocultar su extraño gesto, sin siquiera dejar entrever nada.

Fue así como, a través de la estrepitosa fragmentación del espejo, la atención recayó sobre ella. Los pasos comenzaron a sonar a través de un estrecho y poco iluminado pasillo contiguo. Súbitamente los semblantes de aquellos caminantes cambiaron. Uno, con el rostro enjuto, comenzó un llanto que, al poco tiempo, se tornaría en incesante y que lo conduciría a proferir insultos hacia aquellos espectadores. Sus lágrimas fueron frustración y motor que dejaron a ella desprovista de su máscara. El manoteo se apoderó de aquel hombre, pues algunos trataban de cesar sus estridentes chillidos que, a juzgar por el rostro de la mujer en sueño perpetuo, parecían perturbarla. Así pues, el cuerpo fue sostenido y conducido hacia el encierro sin fin. Era el preludio a su nueva vida.

Varias siluetas avanzaban mientras el cuerpo de la mujer era sostenido, dándole vida tras cada paso, haciéndola danzar en forma agradable en ese andar por el aire. Su ropa era vistosa y, a pesar de su fúnebre aspecto, su rostro aún mostraba la belleza que la había acompañado en vida. Al abandonar el recinto su cabello comenzó a agitarse violentamente tras sus hombros, golpeado por la ventisca, de tal forma que parecía que estaba aferrándose a ella. La blanca y helada sábana comenzaba a envolverla: capa tras capa de materia translúcida que al amontonarse formarían un manto uniforme que la prepararía para el funeral.

Una vez terminada su grácil danza y, con un brusco descenso, su cuerpo fue depositado bajo bloques helados que dejaban ver su rostro. Era como si pudiera sentir, como si al fin se le hubiera concedido tener lo que siempre había anhelado. Su mirada ahora reflejaba los sueños que le habían sido arrebatados, aquellos que la condujeron a morir en vida.

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El día en que mi nariz se destruyó

Recuerdo aquella mañana con exactitud. ¿Fecha exacta? No, tan sólo sé que fue en este año. Sólo que fue traumático, pero no al punto de precisar el día de la tragedia. Yo, un mortal, en ese momento sólo pedía un poco de calma para el alma. Veíame yo ahí sentado, viajando en autobús cutre. Todo era perfecto. El olor a humo en el ambiente es algo con lo que se ha tenido que lidiar pero, ahora, el olor era más intenso. Sí, era más intenso, en cierto modo causaba algo de mareos, aun así era tolerable. Lo épico apenas estaba a punto de comenzar.

Yo, sentado en el lugar que está junto a la ventanilla, ahí estaba yo disfrutando de divertidas cavilaciones, de quiméricos momentos en un lugar que, luego de entrar, provoca en el pasajero la desilución y un rictus de "mátame, por favor". Ahí, el humano en apariencia, yo, me había sobrepuesto antes los males que, dicho coche fúnebre, provocaba. El verdadero mal estaba a punto de ser viajero, uno más en este autobús de la muerte. Ahí, en la puerta delantera, un hombre con rostro negruzco, aparecía; un acompañante tenía él. La vida quiso hacerme una mala jugada ese día, pues ese hombre llegó a sentarse al lado mío.

Quizás te preguntes: "¿Y eso qué tiene de malo?" Pasa que tiene todo lo malo. El viajero con el negro rostro, pero no por su color, sino por algo parecido a polvo, tierra y aceite que se habían acomodado en esa cara. Su acompañante iba sentado a un lado, pero en la otra fila de asientos; junto al pasillo iban los dos. Un tercero, un desconocido, alguien que no tenía nada qué ver ni conmigo, ni con ellos, iba viajando atrás de este peculiar hombrecillo de rostro mugriento. ¿Y ahora? Esto es el clímax de mi viaje. Sentíame yo a punto de morir. El hombre comenzó a despedir un putrefacto olor. Era un olor tan asqueroso que impregnaba al alma con suciedad. Más rancio que llevar a un perro muerto como un viajero. Olía a cervezas viejas, como si hubiera estado en un festín ranchero, celebrando alguna cosa que, ahora, no he de imaginar. Ese olor era como una patada en la dignidad.

Quería sólo largarme de ahí, ¿pero qué iba a decirle al viejo rancio? "Señor, disculpe, huele a mierda; ¿me deja pararme para irme a otra parte del autobús que no huela a usted?" Sí, lo hubiera hecho, excepto que no había lugar a donde ir, o claro, me hubiera bajado del transporte y tomado otro, pero vaya que la pobreza es la limitante de mis acciones. Las ventanas, ¿alguien preguntó sobre ellas? Era de esos autobuses en que las ventanas no estaban al nivel de la cabeza, sino medio metro más arriba, ahí, donde el viento entrante no habría de barrer el putrefacto aroma del hombre ollín. Y sé que yo sufrí mucho, pues mi nariz había sido la prueba de ello; terrible irritación había sentido ella, mi pobre nariz. Alguien que debió haber sufrido como yo, si no es que incluso más, fue el pasajero que iba detrás del hombre mugre. Era una dama, creo yo. Vaya apocalipsis nasal, juro que casi vomito. Esos olores, lo más horrible en cualquier universo. El infierno debe oler a un campo de flores en comparación a esta entidad que rompía el paradigma de lo apestoso. Todo esto iba acompañado de la conversación de esos dos, de mugrín y de su amigo, pláticas oscuras sobre enfermedades y sus citas con el médico, alegando que, cuando uno se enferma, así seguirá por el resto de su vida con ese malestar.

Maldito sufrimiento, aminorado tan solo por el olor a humo del autobús, sí, ese que era soportable. Joder, no sé cómo alguien puede oler así de mal. Ni revolcándose en una pila de estiércol, ni defecando sobre sí mismo. No, no entiendo cómo le hizo el hombre suciedad. Hubo momentos en los cuales, mi nariz, había podido descansar de tales aromas, debido al movimiento del autobús que hacía que estos quedaran atrás. El paraíso vi yo cerca cuando, por fin, hube llegado a mi destino. Ese había sido el triunfo. Amablemente, pero asqueado, le había pedido al hombre mugre que me dejara salir. Así fue. Me dejó pasar, y cuando salí quise ver el rostro del mal, y la verdad es que su rostro coincidía con su aroma. Un tipo que, a simple vista, se veía que le importaban nada las cosas. El rostro del verdadero mal; me compadezco de quienes siguieron ahí, viajando en la carroza fétida. Yo, mientras, gozaba por estar lejos del tipo. Bajé del autobús, y lo primero que hice fue respirar todo lo que pudiera ya que, dentro del camión, no había podido hacerlo del todo bien. Pobre de mi olfato que, ese día, murió, y el día también murió.

miércoles, 30 de octubre de 2013

El valor de volver a comenzar

Hoy vuelvo a nacer, no literalmente, ustedes saben, todos tenemos ese mágico cambio que nos acompaña en cada etapa de la vida. Cambio tras cambio, así es como nos vamos creando como personas, aunque a veces no del todo, porque siempre quedará una parte de la vida en la cual seguiremos siendo esa masa sin moldear. Pero, en lo que se pueda moldear, seremos seres que tratarán de actuar como si ya fuéramos esa completitud de persona. Ahora, hoy, sí, hoy, ha llegado de nuevo lo que me moldeará en algún aspecto de mí. Hoy he aprendido algo crucial: nunca hagas nada extraño, nada que pueda parecer malo. Alejarse lo más posible de situaciones, personas o lugares que puedan perjudicarlo a uno, pero sin dejar el lugar. ¿A qué me refiero con esto? No mezclarse tanto con las cosas que no sean de provecho para uno, aunque estén frente a nosotros. A veces, personas que son realmente la encarnación de algún mal terrible para alguien, hacen algo que, a fin de cuentas, termina por perjudicarnos, aun cuando no hayamos hecho nada que haya ameritado el azote de personas malignas. De acuerdo, esto parece un relato sin sentido, y lo es. Nunca encontrarán nada de normal en mis palabras, ni en mi persona, ni en mis ideas. No me considero ni del resto, ni diferente, soy yo, no soy alguien que puedas esperar.

Pero sí, tengo razón, personas que en realidad son malas, esas, sí, son las que ganan todo, y uno que comete el mínimo de los males es juzgado hasta extremos exagerados. con severidad, mientras que quienes han destruido al mundo son escondidos, o premiados, o se han hecho cortinas de humo estúpidas y banales. A veces por defender lo que es correcto o lo que es bueno, es malo. La balanza es alterada de tal forma que los granujas ríen y se salen con la suya. Las personas que hacen lo que es correcto pierden. Esos quienes consideran que la victoria sobre alguien más es que el otro pierda, y no el hecho de ganarle. Esos sujetos que viven a expensas del dolor y el desmedido castigo ajeno. Los moralfags se esconden, y sólo gritan cuando pueden, en lugar de apoyar a la verdadera justicia. La gente suele joder aunque no conozca una situación, que vaya, el karma llegará.

Y bueno, comienzo de nuevo, ahora con el temple fuerte, listo para emprender el camino sin tirar esa basura que, a los ojos de otro, resulta un muladar. Por un momento pensé en dar cese a este pequeño fragmento de vida, a este tiempo que es valioso, pero debo admitir que no puedo, ni podré. Hay cosas maravillosas que me mantienen atado a lo creado. Es de agradecer, amigos, a quienes han apoyado fuertemente a este servidor que, a pesar de ser un soberbio y aislado, se han empeñado en saber de uno. Agradezco a una persona en particular, esa pequeña respiración que yace en mi ser, pequeña, pero muy intensa. Incluso agradezco a ti, desconocido, que te has tomado la molestia de haber leído hasta este punto. Así sigo, y seguiré. Este es mi nuevo comienzo. Saludos a ti, amigo lector.