viernes, 1 de noviembre de 2013

El espíritu de lo increado - Primera situación

Vania ya estaba retrasada un poco a su cita. Había llegado ya a su destino. Aquel día resultaba muy peculiar. En el cielo podían verse unas cuantas estrellas, y la luna había estado paseando fuera de ese panorama. La oscuridad ya había comenzado a tragarse todo lo que no era protegido por las luces. Se había quedado meditabunda, con la ansiedad por haber pensado que llegaba tarde, pero tal parecía que Lenia aún no había llegado. No avistó a nadie que le resultara familiar en el lugar donde se verían.

A Vania no le gustaba que la vieran como algo que no era generalmente, como una impuntual e irresponsable, que de por sí sus ojos expresaban, en cierta forma, esos defectos que le eran puestos por los demás. Ella hubo buscado un lugar donde esperar, mientras aparecía su compañera. Varios minutos pasaron, y Lenia apareció sorpresivamente.

—¿Dónde andabas? Me dejaste esperando mucho tiempo aquí. Volteo y te veo atrás de mí, y no me dices nada —decía Lenia muy indignada.
—¿Cómo? Yo llegué y no estabas aquí —aseguraba ella desconcertada—. Me senté a esperar incluso unos minutos a ver si llegabas. Bueno, lamento haber llegado tarde, por cierto, pero llegué quizás unos veinte minutos tarde, no más, y luego esperé otros más. Hasta llegué a creer que ya te habías ido.
—¿Qué te has hecho? No, justo he estado aquí, de pie, todo el tiempo, durante casi media hora. Fue cuando volteé y te vi. Sentí que andabas cerca y me dio curiosidad de hacerlo.
—¿Y cómo es que no me he dado cuenta de ello? —preguntaba con algo de miedo. —Yo estuve aquí sentada desde que llegué, y no te vi delante de mí.

Algo sin duda raro había pasado. ¿Por qué Vania no había podido mirarla antes, mientras estaba sentada en esa banca? No le había quedado más remedio más que mentir en esta situación. Este hecho sin duda no la dejaría en paz.

De acuerdo, ¿ves aquella tienda, la de allá? Ahí estuve comprando, luego llegué y me senté atrás de ti. Quería ver si te dabas cuenta de mí, antes de que yo te sorprendiera —decía Vania con una expresión de despiste.
—¿Qué te crees tú? ¿Qué se puede esperar de ti? Al fin y al cabo eso es lo que me agrada de ti.
—No pasa nada, ¿cierto?
—No, ¿de qué hablas? —preguntaba Lenia con extrañeza—. Señorita, me das muchísimo miedo.
—Lenia, llegaste tarde.
—Sí, y ya te pedí perdón por haberlo hecho. No pasa de nuevo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. —Sentíase Vania conforme por algo extraño que sucedía.

Habían ocurrido dos cosas muy extrañas que Vania se cuestionaba ahora. ¿Cómo es que cuando llegó ella no se había percatado de Lenia? ¿Cómo es que Lenia era quien finalmente había aceptado la responsabilidad de la demora a la cita? ¿Cómo es que Vania, siquiera, se había atrevido a decirle tales cosas que habían inducido a su compañera a admitirlo? Indudablemente algo había cambiado la situación, dos cosas. Se preguntaba la joven Vania: "¿Qué diablos fue eso? ¿Por qué todo cambió tan súbitamente?". No tendría respuestas pronto, eso estaba dado por hecho.

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