sábado, 2 de noviembre de 2013

El paisaje de lo insano

¿Qué es lo que hago aquí sentado? No sé. Creo que es hora de que mi camino continúe. Miro todo a mi alrededor y no veo nada más que un fondo grisáceo. Llevo conmigo una losa que no puedo dejar. ¿Por qué no puedo hacer nada? Veo a todos lados y no tengo a dónde ir. Todo aquí me parece igual. Alguna vez me hube topado yo con una hermosa flor que, vista a distancia, parecía emitir un brillo tenue. Ahora no tengo bríos para nada. Este mundo murió junto conmigo. Veía yo toda clase de colores que avanzaban en todas direcciones. Se juntaban y mostraban cosas indecibles, maravillando a los sentidos.

Fui testigo yo de aquella brecha hacia un mundo extraño. No siempre estuve en este lugar. Alguna vez viví allá en el mundo real, en el mundo físico. El pasado reinó en mí, provocó que mi mente viajara hacia este lugar y ahora no encuentro la salida. Solía impregnar el gris fondo con recuerdos y cosas que alguna vez perdí. Día a día estos colores se desvanecían. Todo se volvía translúcido, hasta que finalmente se borró. No quedaba nada más por plasmar. Empeñado a vivir yo del recuerdo, y abusar de ello destruyó mi esencia. Mi mente hubo gustado de estar aquí, al principio; alivio para el alma el hecho de huir. 

Todo tuve en esta vida. Nuevas y mejores cosas llegaron. Pero yo no quería dar acceso al presente en esos momentos de disfrute con mis recuerdos, los anteriores al terrible suceso. En la muerte, seguramente, halla uno más cordura que en este lugar vacío. Es terrible esta sensación de agonía, donde los gritos no pueden ser escuchados allá afuera. Si tan sólo alguien más pudiera entrar aquí y ver todo lo que me hubo atado, y que ahora no puedo salir. Este es el castigo por aquella realidad. El sufrimiento aquí es mucho mayor.

Ella era quien producía el alivio. Triste fue aquel destino suyo. El camino fue convertido en precipicio ese día en que el aire se tornó gélido. Mis lágrimas se adentraron en ella, y su sangre se había convertido en abrazo mío. Frente a mí, a una maligna presencia, contemplé. Las palabras causaron la muerte del espíritu. La presencia había ocupado, el interior de ella, con sus manos. Se había atrevido ese ser a provocar la corrupción del cuerpo suyo. Mi dolor era satisfacción para esa sucia entidad. Nada podría reintegrar los fragmentos de ella. Vi a ella abandonar su cuerpo en mis brazos. Aquel, que se había atrevido a posarse en su interior, desapareció. La violenta interrupción a la cordura era inminente.

A pesar de los esfuerzos de otros, quienes nunca supieron de aquel trágico suceso, y de mejores tiempos, jamás pude aterrizar mi mente en ese cuerpo. Corrí, y terminé aquí. No veo nada actualmente, excepto el paisaje de lo insano. Ascender ahora hasta ese lugar es labor imposible. No me puedo permitir llegar hasta donde la presencia está. No quiero abrir los ojos y ver que cambié lo eterno por lo efímero. No quiero pensar y saber que abandoné la dificultad por lo accesible. No quiero salir y confirmar que fui yo quien cortó los sueños de ella. Yo, presencia maligna.

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