miércoles, 13 de noviembre de 2013

Épico viaje sobre el auto

Sí, yo una vez viajé, junto con un amigo, encima del auto, sí, literalmente, no dentro del auto, sino por fuera. Resulta que una noche, mis amigos, Jorge, quien es mi hermano, su esposa, y yo, fuimos a por unos tacos. Así pues allá fuimos todos, a la taquería, y usamos el auto de él, de mi hermano. Así como condujo. Llegamos ahí y cenamos. Una vez que terminamos, nos dispusimos a movernos de ahí, ya para regresar a casa. Resulta que mi hermano discutía con su esposa, aunque era una discusión de ficción, con tanto drama como una telenovela. Discutían, creo, por unas llaves, sobre el quién de los dos las tenía. Así fue que, mi hermano, con su indignación falsa, subió al auto, y lo encendió.

Por inercia, mi amigo, llamado Omar, y yo, subimos a la parte trasera del auto, sí, pero por afuera, por encima. El auto tenía algo así como un alerón. El espacio entre el borde corto, del auto ese, y la ventana, era como de treinta o cuarenta centímetros. A lo primero que yo me aferré, con mis manos, fue a una antenilla que estaba sobre el techo del automóvil. Mi amigo Omar tuvo una osadía mayor y optó por tomarse del alerón, y apoyarse más pegado a la ventana, como para crear una fuerza que, evitara que éste, cayera hacia atrás. Se inclinó hacia adelante, para que se entienda, pues, para hacer contrapeso.

En eso, el auto comenzó a moverse lentamente. Los dos estábamos sobre el artefacto del mal, aferrados cuales gomas de mascar a él. El silencio entre los acompañantes se hizo. Todos contemplaron aquella escena. Así, pues, el auto se empezó a mover más rápido. Yo puedo decir que llegamos a alcanzar los 40 km/h. Y bueno, qué decir de esos momentos. El auto avanzó como por 50 metros. ¡Estábamos sobre una avenida! ¡Una maldita avenida! Autos iban detrás del auto de mi hermano. ¿Saben lo que pudo haber pasado de haber caído alguno de los dos? Sí, adiós a esta bella vida. Pero por suerte, gracias a Dios, al universo, a todo, no caímos. íbamos como en una película de acción, flipándolo.

Aunque, al comienzo esto había sido grato, emocionante y divertido, luego se tornó de miedo. Mi hermano ya había llegado al máximo de velocidad mencionado antes, y me atrevo a decir que pudo haber ido más rápido, sólo que, claro, yo no tengo un velocímetro integrado para saber a qué velocidad iba el vehículo, pero sí iba rápido, de acuerdo al miedómetro que sí tengo incluído. En fin, tal fue la desesperación que empecé a dar golpecillos, con una mano, sobre el techo del carro feo. Mi amigo Omar no podía, pues iba más empeñado en sostenerse y crear la fuerza suficiente para contrarrestar el movimiento del vehículo.

Total, que así seguí tocando, ya con mayor ansiedad. Él se extrañó por aquel golpeteo: miro a los costados, luego vio por el retrovisor. Él... ¡se sorprendió al vernos! ¡No sabía que nosotros íbamos encima del auto, por fuera! En eso él empezó a frenar, aunque no tan rápido. Eso había sido épico. Imaginen si él hubiera acelerado tan sólo un poco más. Una vez detenido el auto, bajámos, Omar y yo, destruidos mentalmente, pero también emocionalmente, por aquella situación. Debo admitir que fue más emocionante que terrible. Y bueno, todo mundo vio eso: los demás, que nos acompañaron, y la gente que estaba en la taquería. Para mí no fue algo vergonzoso, ni algo de lo que me lamente o me arrepienta.

Finalmente volvimos a casa. Ahí yo le expliqué a mi hermano cómo había sido todo. Hice una dramatización, con el auto detenido, obviamente, y me puse en la misma forma en la que iba agarrado en el auto. Pero esta vez tomé la antena... ¡y esta se zafó! En eso todos nos reímos nerviosamente. ¿Y si esa antenilla se hubiera soltado mientras iba el coche en movimiento? ¡Qué miedo da eso! Igual Omar, ¿qué hubiera pasado si él se hubiera despegado un poco del vidrio? La muerte nos arrullaría. Eso fue lo que sucedió una noche, tal vez, del año 2009, no recuerdo exactamente en qué año fue. Saludos, amigos, y espero que les haya gustado esta crónica. 

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