sábado, 16 de noviembre de 2013

El otoñal camino muerto

El sol pude ver escondiéndose. ¡Tú, sol cobarde que te atreviste a huir de mí! Allá reposan más estrellas que desearían posarse sobre mí. Vete ya, deja que esa hermosa luna ocupe el lugar que queda vacío cuando tú estás. Tu calor no es protección en estos tiempos en que el cielo comienza a volverse pesado y cae. Las hojas se secan y cubren esta presencia iracunda. El deseo por la verde arboleda provoca la nostalgia en mí. ¿Acaso no hay manera de que pueda esconderme y esperar hasta que vuelva mi amada vida?

No deseo caminar bajo las ramas de aquellos mendigos, que hubieron sido desprendidos de sus ropajes por el egoísmo de lo natural. De alguna u otra forma, se las han arreglado estos señores para sobrellevar el castigo. Han soportado los violentos golpes de la brisa gélida, el peso del blanco cielo que no pudo mantenerse firme en las alturas, y la privación de esa luz que emana del egoísta viajero de los cielos. No quiero caminar cerca de ustedes, pues no tengo el derecho, o el merecimiento, de posar estas plantas en el mismo suelo que aquellas valerosas almas.

Descenderé esta noche hacia el valle donde se oculta lo perdido y lo deseado de corazón. Me haré de las ilusiones guardadas bajo cada capa de ese lugar. Me fundiré en el cálido manto nebuloso y esperaré pacientemente el ascenso de mi amada protectora que me resguarda de la oscuridad. Me haré volátil, cubriré cada roca y mostraré el respeto, seré víctima del rumor de las plantas que bailotean sobre el sendero, viviré cada momento, pasearé por mis recuerdos por última vez, y expiraré para formar parte de este suelo que me sostiene.

Contemplaré en la agonía esos hermosos momentos de dicha. Valoraré la presencia y la ausencia de mis semejantes. Cederé ante ese inevitable momento, no sin antes pedirle un poco de misericordia a la muerte: solicitaré unos cuantos segundos para realizar una adecuada despedida. Agradeceré mediante palabras ininteligibles por todo lo vivido. Permitiré que emanen, de mí oscuro ser, acuosos lamentos que despertarán la satisfacción y el arrepentimiento. Seré consciente de que mi esencia fue, o será, incrustada en el pensamiento de algún errante, amante de la soledad.

¡Bendigo este camino muerto! ¡Agradezco a la pequeña luz que me recibió! Tengo la dicha de respirar, una o dos veces más, sobre este fango que ahora devora mi alma pero, que a la vez, la mantiene arropada. Sea la incipiente nieve una digna bienvenida hacia la muerte. Es hora de que los momentos se disipen. Admita lo natural a un hombre impotente, decadente, condenado a perder el discernimiento entre la dicha y el vicio. No hay momento, en que se valore algo con mayor intensidad, que este.

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